La memoria es muy
selectiva. En este caso no tendré más remedio que rellenar con comentarios el
esqueleto de los recuerdos. Menos
mal que conservo media docena de fotos sinceras, no como las
digitales de ahora. Corría el año 1981, teníamos toda
una vida por delante. Cuando nos veían pasar con las mochilas los
lugareños pensaban como Asterix: “están locos estos romanos”.
Llevábamos dos tiendas. Empezaba la movida madrileña y la viguesa,
pero no íbamos a la moda.
A la vuelta paramos
en Santiago. Había tenderetes de artesanía. Después volvimos en tren a Valladolid.
También
pernoctamos, sin pase, en Paxariñas en una de las múltiples etapas
del trayecto Santander-Vigo que recorrimos Chuchi y yo un julio
aventurero. En el cruce de Portonovo a Sanxenxo, haciendo dedo, en
respuesta a un mal gesto se volvió un aguerrido conductor de
seiscientos. Me han dicho que lustros después interpretó al abuelo
del enano en Juego de Tronos. Pero ya no toma carajillos.
Otro verano más
tarde llegamos con el cuatro latas de Víctor, un milagro. Volvimos,
pasando por Villamor de los Escuderos -pueblo de Ana Pérez- para ver
la “espantá” y correr cuesta arriba hasta los almendros con los
toros pisándonos los talones.
He vuelto más de
una docena de veces a Portonovo. La última en mayo de 2015 a una
celebración familiar. El triángulo Vigo-Fisterra-Santiago sigue
siendo Galicia a pesar de las movidas (turismo meseteño, Prestige,
camino celtiña de Compostela al cabo, peperos y mareas,...). Como
antes se puede disfrutar de la raya con patatas, los berberechos, el
pulpo, los camarones, del albariño, el queso de tetilla con
membrillo, el agua fresquita del mar, etc...
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