Sus jardines, de diseño barroco francés, son en la actualidad un parque publico. Destacan las esculturas de la emperatriz María Teresa y del compositor bratislavo Jan Nepomuk Hummel.
A lo largo de la historia Bratislava ha padecido un sinfín de cambios y evoluciones. Del nombre latino Possonium pasó por el alemán Pressburg, el húngaro Poszony y el eslovaco Presporok. Entre los siglos XVI y XVIII fue capital el reino húngaro a causa de la amenaza de los turcos sobre Budapest. Hasta 1919 no se rebautizó como Bratislava, en aquel momento era un conglomerado multinacional con alemanes, austríacos, húngaros, rumanos y eslovacos.
Ahora es una ciudad acogedora y apacible para el disfrute de los turistas. La mayor parte de la ciudad es llana, en la ribera del Danubio. La única excepción es el cerro del castillo. Decidimos subir al poco de llegar al centro, después de pasar por la oficina de turismo para recoger un plano. Ochenta y cinco metros por encima del nivel del Danubio se asienta este palacio barroco y los restos de la fortaleza medieval. Todavía se conserva la entrada gótica del siglo XV, época de Segismundo de Luxemburgo.
En 1811 un incendio destruyó parte del palacio barroco. Se comenzó a restaurar en 1950. En la actualidad es la sede el museo nacional eslovaco y junto a él se encuentra el Parlamento.
A la bajada paramos en la catedral de San Martín. Aquí se coronaban los reyes de Hungría. Es un edificio gótico cuya torre alcanza la altura de la colina del castillo, ochenta y cinco metros.
Si el exterior destaca por su sobriedad, en el interior podemos detenernos ante San Martín que formaba parte del retablo, entrar en la capilla de San Juan Limosnero y contemplar el púlpito.
En el muro exterior nos encontramos con enterramientos. Aunque los más interesantes se encuentran en las catacumbas que no pudimos visitar.
Se entra al casco antiguo por el puente de San Miguel que conduce a la puerta del mismo nombre.
La puerta de San Miguel es la única superviviente de las cuatro que contaba la muralla medieval. La vista actual procede de la reforma en 1758. La escultura de San Miguel Arcángel remata la torre sobre la puerta de cincuenta metros de altura.
Pasando al interior de la ciudad vieja veremos que está marcado el kilómetro cero de las vías eslovacas (1094 km hasta Madrid, 11.835 hasta Buenos Aires,...). Si pasas por encima en silencio se cumplen tus deseos.
Verturtska Michalska une la puerta con la plaza del Mercado. En torno a esta plaza y en las calles contiguas nos topamos con curiosas estatuas de tamaño natural. En la calle Sdlarska nos llamó la atención Ignar Lamak que se quitaba el sombrero cuando pasaban las mujeres.
Muy cerca de allí, en el cruce de Panska con Sedlarska, el mirón -obreo con casco- sale de una alcantarilla inexistente para observar a los paseantes.
En la plaza del mercado un soldado hace guardia en una garita. Sirvan estas tres como muestra.
Halvne Namestie está presidida por el ayuntamiento. También se encuentran aquí las embajadas de Francia, Japón y Grecia.
Stara Radnica -ayuntamiento- se construyó en el siglo XV uniendo varias casas burguesas. A través de un pórtico de 1452 se accede a un patio renacentista de 1581.
Cruzando este patio se sale a la parte posterior donde se halla el palacio del Primado, clasicista del siglo XVII. Disfrutamos del remanso de su interior tomando un café.
Se acercaban las dos y buscamos un sitio para comer. Goulash para dos y costillas al grill para otra. El Goulash estaba estupendo, hay que probar los platos típicos allí donde vayamos. Después nos dimos un paseíto, a la sombra, hacia el Danubio. Llegamos a la Ópera.
Este edificio de 1885 fue diseñado por los vieneses Ferdinand Fellner y Hermann Helmer, que proyectaron cuarenta y cinco teatros y óperas por Europa Central.
En la avenida que sale de la plaza de la Ópera anduvimos entre los puestos de un mercado italiano. Desde la ribera del Danubio vimos los cruceros fluviales atracados y el puente SNP, conocido como el ovni por el remate de la descomunal plataforma de acero que sustenta los cables. Desde 1972 une las dos orillas.
Tomamos café tranquilamente y nos dirigimos a la estación para volver a Viena. Una preciosa ciudad, Bratislava, para pasar un día.
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