sábado, 17 de diciembre de 2022

ESTREMOZ

Llegamos a Estremoz a las nueve y media de la mañana del sábado diez de diciembre. Hacía una temperatura muy agradable, quince grados con el cielo nublado y de vez en cuando tímidos rayos de sol. En el Rossio Marqués de Pombal se repartían el espacio de la gran plaza el mercado y las obras. Decidimos subir primero a la ciudad alta, por si empezaba a llover.  Me detuve un momento a tomar alguna foto junto al estanque de mármol que adorna la plaza. Aquí exageran un poco y lo llaman Lago de Gadanha, pero no es más grande que el estanque del Campo Grande. Al fondo se ve la ciudad alta amurallada con el Palacio. 





Antes de subir nos encontramos con la Picota, el rollo jurisdiccional tan típico de las villas castellanas y portuguesas. 


 Un recinto doblemente fortificado nos abre sus puertas para mostrarnos un dédalo de callejuelas empinadas con un atractivo singular. La porta de Évora es una de las entradas de la muralla encargada por el rey João IV en el siglo XVII al comprobar la fragilidad de la cerca medieval.

 La porta de Évora es el primero de los dos accesos que hay que superar para llegar al Palacio Real. Sorprende este blindaje de Estremoz al no ser una ciudad fronteriza como es el caso de Elvas. La presencia de su recinto amurallado se explica porque funcionó como una segunda línea de defensa del territorio portugués ante los ataques españoles y evitar así cualquier intento de penetración hacia Évora o Lisboa. 




La muralla medieval, la que rodea el recinto del castillo, data del siglo XIII y fue encargada por el rey Dinis I. Nosotros la cruzamos por la elegante porta de Santarém, que en su día fue el acceso principal a la villa medieval. Barrio de Santiago: Nada más cruzar la porta de Évora encontramos un entramado de calles empedradas con viviendas encaladas de dos alturas. Es el barrio de Santiago, que contrasta con la elegancia del palacio.




 El símbolo de Estremoz es el palacio fortificado donde sobresale su torre del homenaje de 27 metros, una de las mejor conservadas de Portugal. Construido con el característico mármol de las canteras de esta ciudad, pasó a la historia por ser el escenario de la muerte de Isabel de Aragón, santa esposa del rey Dinis I. Sin embargo, sus restos reposan en el monasterio de Santa Clara-a-Nova de Coímbra. 




La torre recibe el nombre de las Tres Coronas ya que su construcción se llevó a cabo durante los reinados de Sancho II, Alfonso III y Dinis I. Hoy  se ha convertido en un lujoso Parador pero se puede subir a la torre de forma gratuita. 







Desde esta privilegiada atalaya pudimos contemplar unas extraordinarias vistas de Estremoz y de la campiña alentejana. La Iglesia de Santa Maria y capela da Rainha Santa Isabel están  junto al Palacio Real. De estilo manierista, su ancho es igual a su altura y longitud. Todo tiene una razón de ser. El ancho de cada una de sus secciones es exactamente un tercio del ancho de la iglesia. Un amante de la geometría disfrutaría con un templo que, para mayor armonía, carece de torres y pináculos.




 Su origen se remonta al siglo XIII e incluso una de las canciones recogidas en las cantigas de Alfonso X El Sabio habla de un supuesto milagro que sucedió en el interior de sus muros. Tuvimos la suerte de que estaba abierta. 




 Junto a la igreja de Santa Maria se encuentra la capilla dedicada a la Santa Isabel de Portugal. Los azulejos que embellecen su interior recogen pasajes de la vida de la monarca consorte, como por ejemplo los milagros que se dice que realizó y que sirvieron para que fuera beatificada.





Al aldo está el edificio de los Paços do Concelho. Era la sede del ayuntamiento de Estremoz en la Edad Media. Estamos ante un elegante edificio donde sobresale su torre del reloj y una galería con cinco arcos sostenidos por columnas dobles y unos por vistosos capiteles. Parece de lejos una iglesia medieval pero no lo es. 






Todavía teníamos mucho y tiempo y entramos en el museo municipal. Se amontonan espacios etnográficos y restos arqueológicos, junto  obras de artesanía. Están representadas las estancias de una vivienda típica alentejana.





Bajamos hacia el Rossío para fisgar en el mercado y comprar quesos.



A la una y media nos despedimos del Lago de la guadaña presidido en su parte central por una estatua del dios Saturno portando este objeto que simboliza la muerte, representa lo efímera que es la vida. Tiene nada más y nada menos que cuarenta metros de largo. 




Pero no pudimos entrar en el Convento dos Congregados, sitiado por las vallas de la obra de remodelación de esta inmensa plaza. Nos perdimos los azulejos que narran la vida de San Felipe Neri. Pero la verdad es que ya íbamos sobrados de ver azulejos, que les encuentras por todas partes en Portugal. Aprovechamos para tomar un cafetito, otra de las excelencias portuguesas. 




Tampoco estaba abierta la iglesia del convento de los franciscanos. 



Dimos otra vueltecita por el mercado y probamos las castañas asadas. Ya íbamos cargados de quesos de oveja y cabra. Están buenísimos los curados envueltos en pimentón. 

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